El pueblo de Ticul, Yucatán, en el año de 1843
El pueblo de Ticul, a donde habíamos ido a dar tan casualmente, merece la pena de ser visitado siquiera una vez por un ciudadano de Nueva York. Cuando yo lo contemplaba desde los balcones del convento, me sentía conmovido y como si tuviera por delante la más completa pintura de la tranquilidad y reposo. La plaza estaba cubierta de yerbas; unas cuantas mulas, atados los pies delanteros, pastaban en ella, y de cuando en cuando cruzaba un hombre a caballo. Los balcones del convento se hallaban al nivel de las azoteas de las casas; y se presentaba desde allí la vista de una grande y espaciosa llanura sembrada de casas de piedra con techos planos, y altas cercas de jardín sobre las cuales descollaban el naranjo, el plátano y el limonero, entre los cuales desde el alba hasta la noche se oía, por único ruido, el perpetuo canto de los pájaros. Todos los negocios y visitas se hacían por la mañana muy temprano o a la caída de la tarde. En el resto del día, durante el calor, hallábanse los habitantes encerrados en su casa, y así habría pasado entonces el pueblo por desierto.Restaurantes en Ticul